¿Sabían qué no sólo en Holanda hay molinos? Aunque estos no son de viento, sino impulsados por agua, hacen parte de una tradición que se remonta a la época de la colonia y que permanece en los municipios de Socha y Socotá  en Boyacá. De los 200 que funcionaban hoy solo sobreviven seis molinos, donde aún se muelen granos como maíz y trigo.

De esa tradición casi extinta hace parte Milciades Niño Parada, quien en 1952 ayudó a poner las piedras para la construcción del molino familiar y de la mano de su padre aprendió su funcionamiento, en la vereda Aposentos de Socotá.

La importación de trigo, la falta de apoyo a la agricultura artesanal y el desuso fueron acabando con esta tradición que hoy quiere ser recuperada de la mano de Confiar y Agrosolidaria, quienes juntos iniciaron un proceso de restablecimiento físico de los molinos, la adecuación de las bocatoma, los techos y los caminos de acceso.

Los molinos son una tecnología amable con el medio ambiente, patrimonio cultural  y que contribuye a la seguridad alimentaria de más de 200 familias boyacenses como la de Milciades Niño.

De una reunión de jóvenes surgió una idea. De esa idea nació una sala de cine. De esa sala de cine la necesidad de un proyecto mayor. De esa necesidad un festival y para ese festival un nombre que lo signifique todo y los reúna a todos. Así nació Ojo al Sancocho. 

Hoy esa idea que comenzó en un Enclave Juvenil es el festival de cine y video alternativo y comunitario más importante de Colombia y de envergadura internacional, con 10 años de trayectoria.

La localidad Ciudad Bolívar, en Bogotá es el escenario principal de esta película que se ha convertido en una ventana de visibilización y reconocimiento de otras propuestas audiovisuales, de historias locales, personajes reales, protagonistas de la vida, otras narrativas, otras estéticas, otros diálogos, una relación diferente y de igual a igual con la “industria cinematográfica colombiana”, y las otras realidades audiovisuales locales, nacionales e internacionales, que han permitido cientos de intercambios culturales y de experiencias.

Año a año Confiar patrocina el festival, este proyecto de jóvenes, a quienes ni la pobreza ni la falta de oportunidades les ha quitado los deseos de soñar.

Los sueños muchas veces son de papel, pero con el poder de la confianza se convierten en una realidad. Esta es la historia de Roberto Aníbal Correa Tamayo y su empresa familiar de litografía Rocco Gráficas, fundada por él hace 30 años y delineada con el alma hasta hoy, como lo dice el pergamino que cuelga de su pared.

“Esta es una imprenta. Encrucijada de la civilización. Refugio de todas las artes contra los estragos del tiempo. Armadura de la verdad contra las insidias de la murmuración. Desde este lugar vuelan al mundo las palabras no para desvanecerse con las ondas del sonido, ni para variar como el pulso del escritor, sino para quedar fijas eternamente una vez verificadas y corregidas. Está usted amigo en terreno sagrado; está es una imprenta”

Lo que comenzó como un pequeño proyecto de cuatro personas, se ha convertido en una mediana empresa con 22 trabajadores, de la mano de Confiar, entidad que no solo ha sido su aliado financiero, sino también su socio en proyectos culturales.

Es así como mensualmente Rocco gráficas suministra la papelería a dos teatros de Medellín para publicitar sus espectáculos.

A su vez esta empresa familiar y Confiar publican bimestralmente la revista Rocco Comics, en la que los artistas pueden enviar sus trabajos sin ningún costo. Una forma de apoyar la difusión del mundo de las historietas y la narración gráfica en todo el país.

Roberto Correa está convencido de las personas que eligen Rocco gráficas, no son clientes, son piezas clave del equipo.

“Aquí (en las calles de Medellín) cooperativismo quiere decir usted es mi amigo, usted es mi hermano, confíe en mí que yo voy a confiar en usted”. Sobre la calle y sobre el poder de la confianza sí que sabe John Wilfer Bautista, un escobita de la Fundación de trabajadores de Empresas Varias de Medellín - Funtraev, que pasó de habitar las aceras a embellecerlas.

Como a él, la fundación les dio la confianza a otros 46 ex habitantes de calle, a un grupo significativo de hombres y mujeres que se acercan a la edad de pensión y a más de 320 madres cabezas de hogar, entre ellas Angela Rico, quien lleva 6 años en la Fundación.

Los vemos todos los días aseando las aceras, limpiando las zonas comunes de la ciudad y en los camiones recolectando la basura. Son defensores del cooperativismo y convencidos de que solos no es posible lograr sueños, y en este trasegar de ocho años los miembros de Funtraev han caminado con Confiar.

“Desde el principio elegimos a la Cooperativa como nuestra opción financiera: tanto para negocios como para el pago de nómina. Hoy de los 493 trabajadores, 350 son asociados. Confiar nos ha enseñado la importancia de mantenernos asociados, de defender el cooperativismo y la necesidad de hacer proyectos juntos”, explicó Ariel Hernandez, director general de la Fundación.

Aunque la historia de Funtraev es reciente, su nacimiento busca cubrir necesidad básicas de sus asociados como planes, programas y proyectos de desarrollo económico y social, especialmente en Vivienda, Cultura, protección del medio ambiente, Investigación, Educación, Turismo, Deporte, Recreación y Salud.

¡Póngala así! Una mujer soltera, con dos hijos, uno de ellos con una enfermedad en el corazón, sin trabajo estable, porque vive de vender ropa puerta a puerta. ¿Usted le prestaría para comprar una casa?

¡Pues en Confiar sí! Virginia Ochoa Corredor es la muestra de eso. Esta mujer luchadora como muchas en Colombia vivía de crédito en crédito para costear el tratamiento médico de su hijo. Aunque hace ocho año estuvo resultó postulada para vivienda, por su capacidad de endeudamiento perdió la oportunidad.

Pero no se dio por vencida, tocó muchas puertas hasta que llegó a las de Confiar. Hizo un crédito, luego abrió un ahorro programado, luego de un título futuro y de ahí la posibilidad de tener casa propia, se hizo realidad en la urbanización Robledales II, proyecto de Interés Social financiado por la Cooperativa en Duitama, Boyacá.

Virginia comprobó que pasar de arrendatario a propietario es fácil si te dan el poder de la confianza.

Como una salida a los abusos y bajos precios entregados a los campesinos por sus productos por parte de los intermediarios mayoristas nació Cosechero, una cooperativa multiactiva del municipio de Jericó, que busca que sus socios puedan obtener precios justos y con ello incentivar el desarrollo del campo.

Su producto estrella: el plátano, porque en el suroeste de Antioquia no sólo se cultiva café. También hay limón, ají, victoria, pepino, lulo, pimentón, tomate, banano, guineo, tomate de árbol, cidra, guama, naranja, mandarina, aguacate, frutas y hortalizas que hacen parte de las riquezas que brotan en los campos del suroeste antioqueño.

Todos los domingos y jueves los cultivadores se acercan hasta las instalaciones de Cosechero para dejar los productos, los cuales son enviados a la Central Mayorista y a los almacenes de cadena en el Área Metropolitana.

Este sueño en común que nació con cuatro familias hoy congrega más de 90 campesinos no solo de Jericó sino también de Támesis.